Era el viernes 13 de enero y más de 4,000 personas vivieron la experiencia más aterradora de sus vidas. Cerca de las 9:30 de la noche, el buque crucero Costa Concordia que viajaba por el Mediterráneo con 4, 200 pasajeros a bordo, encalló en un banco en las inmediaciones de la pequeña isla de Giglio, localizada en la región de la Toscana italiana.
Se cortó el fluido eléctrico, se sintió un golpe y un gran estruendo que estremeció el barco. El espectacular crucero había chocado con unas rocas. Pocos minutos después todos se percataron de que la nave se estaba inclinando, por lo que el personal de la tripulación comenzó la tarea de llamar a los pasajeros para que se colocaran los chalecos salvavidas, subir al puente y situarse ante las lanchas de emergencia.

Escenas de pánico siguieron cuando los pasajeros se dieron cuenta de que no era un problema eléctrico y notaron que el agua entraba por el buque. Entre gritos y empujones se inició el abordaje de las lanchas de emergencia, mientras el personal de rescate trasladaba a los pasajeros a la costa. El caos se apoderó de la embarcación. Hubo pérdidas materiales, pero peor aún muchos muertos y desaparecidos.
El detalle más comentado en este trágico suceso fue el hecho de que, según algunos testigos, el capitán del barco Francesco Schettino, no solo fue el culpable del accidente, sino que también abandonó el barco cuando más lo necesitaban. Así fue reportado por algunos testigos. En medio de la adversidad… “el capitán abandonó el barco”. Y aunque éste lo ha negado, la fiscalía, lo acusó de homicidio culposo múltiple, naufragio y abandono del barco mientras muchos pasajeros aún se encontraban dentro de la nave.

Así se resume esta tragedia…el crucero Costa Concordia se hundió, muchos perecieron y su comandante los abandonó en el momento de mayor necesidad.
Muchos han descrito la vida como un barco o crucero que navega por los mares de este mundo. En la vida de los cristianos le añadimos que el capitán de la embarcación es el Señor. La gran diferencia entre los cruceros dirigidos por los hombres y la vida dirigida por el Señor de la historia es que nuestro capitán nunca abandona la embarcación.

Aun en los momentos más difíciles y complejos de nuestra vida, aquel que guía nuestra embarcación permanece con nosotros. Él lo ha prometido así: Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas. ¡Qué bueno saber que el Dios de la vida nunca nos dejará y nunca nos abandonará!
Los que aman a Dios tienen la garantía de que en las tormentas de la vida, su Gran Capitán no abandonará el barco. Al contrario, permanecerá con ellos, acompañándolos a puerto seguro.

Por Jorge Cotto