Me gusta leer esta conocida historia acerca de la mujer con el flujo de sangre (Marcos 5:25-34), ya que es una buena ilustración de cómo obra nuestra fe, y cómo el Señor desea que permanezcamos siempre sanos y libres de enfermedad.  
Lo cual nos indica que podemos demandar el poder sanador de Dios en cualquier momento, pues es omnipresente. El Señor sólo necesita que utilicemos nuestra fe y nuestras palabras para declarar los sucesos que acontecerán en nuestra vida.
Esta mujer indigente logró tocar el borde del manto de Jesús, y su fe condujo el poder de Dios hacia su cuerpo. Observe cómo ella confesó lo que lo que creyó:«Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva» (versículo 28). No somos diferentes a esta mujer. Obtendremos lo que confesamos.
No podemos doblar nuestras rodillas, orar y decirle a Dios que creemos en Él por algo; después levantarnos y declarar:“No lo tengo”; y esperar ver los resultados. Por medio de la fe, declaramos qué y cómo recibimos del Señor. Si esta mujer hubiera dicho: “Bien desearía recibir sanidad, pero probablemente no la obtenga”, ella no habría recibido nada. Sin embargo, siguió confesando: “Si tan sólo tocare Sus vestiduras, sería salva”.
Cuando lo tocó, liberó su fe y recibió su sanidad —justo como lo había confesado—. Cuando enseño en La escuela de sanidad, las personas reciben siempre su sanidad durante el servicio. Lo sé porque muchos de ellos después de la reunión testifican: “Yo sabía que si venía a este lugar sería sano”. Igual que la mujer del flujo de sangre, ellos habían declarado su fe y la forma en que recibirían su sanidad… y ¡así sucedió!
La mujer del flujo de sangre declaró su fe y la nombró. Ella llevó el poder de sanidad a su cuerpo al confesar palabras de vida. Y, al momento en que tocó a Jesús, el poder de Dios entró en ella y la liberó. Creyó que se cumpliría lo que había estado confesando. Al instante en que ella actúo para recibir su milagro, éste se llevo a cabo. Entonces ¿quién llamó a la sanidad en este caso? No fue Jesús, sino la fe de aquella mujer.
Hoy en día, eso continúa siendo de la misma manera. Así obra la fe. El poder sanador de Dios  se encuentra siempre presente, en dondequiera. Es usted quien debe demandarlo sobre su vida y la de sus hijos. Es su decisión; sus palabras y su fe decretan lo que desea para su vida.
Es decir, si usted no es feliz con su vida actual, entonces piense qué cambios necesita realizar, a fin de que ésta sea transformada. Cambie sus palabras. Comience a declarar lo que anhela que suceda, en lugar de lo que tiene o ve. Las Escrituras nos enseñan que si creemos, recibiremos todo lo que pedimos en oración. (Marcos 11:24).
Esta mujer creyó las noticias que había escuchado de Jesús. Por lo visto, ella sí creyó en Su bondad y que Él podía e iba a sanarla.  A fin de obtener la sanidad, es importante saber y creer lo que se afirma en la Palabra, con respecto a la sanidad porque: «…la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17).
Escrito por Gloria Copeland