Hudson Taylor, después de recibir su llamado como misionero, se mudó a una zona marginal para trabajar con un doctor y así acumular un poco de conocimiento médico y acostumbrarse a la vida que le esperaba en las misiones.
Una noche fue llamado para asistir y orar por una mujer enferma con 2 hijos muriéndose de hambre. Mientras el trataba de orar, sus palabras temblaban en su boca porque tenía en su posesión su única moneda de plata que respondería a su oración y aliviaría sus sufrimientos de alguna manera. “¡Hipócrita!” Escuchó a su corazón condenarlo. “Hablándole a la gente acerca de un Padre tierno y amoroso en el cielo y tú no estás preparado para confiar en Él por ti mismo sin tu dinero”
Finalmente Taylor les dio su última moneda, quedando para él sólo un recipiente de avena. Mientras comía su último alimento recordó las escrituras: “A Jehová presta el que da al pobre…” (Prov 19:17) Ahí aprendió que uno puede confiar en Dios con su último centavo.
El día siguiente recibió un paquete, dentro había una moneda de oro que valía 10 veces más que la moneda de plata. Taylor gritó triunfantemente de alegría.
Aprendió que podía confiar en la palabra de Dios hasta el final, y aunque hubo una lucha interna, prefirió obedecerle que valerse por sí mismo y no fue decepcionado.
A través de las pruebas podemos ver la mano poderosa de nuestro Señor no sólo para tener la certeza de sus milagros sino para que nuestra fe sea afirmada.
¡Confía en Dios!
“Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes.” Salmos 118:8-9
CVCLAVOZ
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