“…TENEMOS COMUNIÓN UNOS CON OTROS Y LA SANGRE DE JESUCRISTO… NOS LIMPIA DE TODO PECADO” (1 Juan 1:7) Leemos en la Biblia: “…Más vale amigo cercano que pariente lejano” (Proverbios 27:10 TLA). A veces es más fácil entablar relaciones estrechas con personas ajenas a tu círculo familiar.

Pero existe otra clase de “pariente de sangre”mencionado en la Biblia: los hermanos y hermanas unidos por la sangre de Cristo (1 Juan 1:7). Esa clase de relaciones no nos deja que nos alejemos y hagamos lo que nos parezca (Colosenses 3:15), sino que nos demanda que “procuremos llevarnos bien todos y tratemos a los demás con honra” (Santiago 3:18 parafraseado). Tales relaciones requieren un compromiso a largo plazo -que la generación actual, tan egocéntrica, no entiende- puesto que cuando surgen las desavenencias o los problemas, lo normal en nuestros días es salir de una relación y meterse en otra.

Un pastor señalaba que el mundo no entiende el concepto cristiano de hermandad:“El mundo pide que hagamos amistades con personas que piensan como nosotros, que tienen ingresos parecidos, orientación política similar y las mismas aficiones. Estas amistades funcionan hasta que ocurre algo inesperado en la vida, te enfrentas a un problema serio, una muerte trágica o una enfermedad grave y entonces te das cuenta de que a nadie le importas mucho. ¿Por qué no? Puesto que no has invertido nada en la vida de otros, ahora tampoco tienes reservas en el banco de la amistad”.

La base de la verdadera amistad es un amor sacrificado. Escribe Pablo: “No cuento con nadie como Timoteo, quien se preocupa genuinamente por el bienestar de ustedes. Todos los demás solo se ocupan de sí mismos… pero ustedes saben cómo Timoteo ha dado muestras de lo que es…” (Filipenses 2:20-22 NTV).

Vía: DevocionalesCristianos