Emilio Bonifacio estaba de rodillas pidiéndole a Dios por la vida de su hijo Gael, que con apenas días de nacido tenía serios problemas en su hígado. Su esposa, Coralina, estaba en el otro extremo del pasillo desconsolada, mientras un personal médico hacía todo lo posible para evitar una noticia nefasta en la ciudad de Miami.
“En ese momento le dije al Señor que me quitara todo: mi casa, finca, dinero en el banco, todo, que no me importaba comenzar de cero, pero que me dejara vivir a mi hijo”, relata Bonifacio a elCaribe. A pesar de esa petición, cuenta el veterano de Grandes Ligas, el rostro de su vástago se tornaba color púrpura, una señal desfavorable en un momento de apuros.
“Fue entonces cuando volví a hincarme y entonces le pedí perdón a Dios por todo, prometí un cambio en mi vida si me complacía con lo de mi hijo porque los médicos no paraban de trabajar, pero el niño no respondía. Al poco rato el niño se normalizó, y aunque mi esposa y yo no dejamos de llorar por un buen rato, vi la señal de que todo sería un cambio para bien”, dice el utility que ha vestido la franela de ocho conjuntos en las Mayores.
Hasta ese momento, Emilio dejó de creer en Dios a su manera y se inclinó por otro estilo de vida. Cero discotecas, una copa de vino en ocasiones especiales, entre otras medidas adoptadas para mantener su relación con el Creador en las mejores condiciones posibles.
“El Señor cambió mi vida. Tuvo que pasar lo de mi hijo, esa fue la señal, no fueron momentos agradables pero no me quejo. Dios tiene su manera de trabajar. Soy otro tipo de persona y eso es lo que importa”, expone Bonifacio.
A los pocos meses, en lo que Emilio considera otra prueba de fe, Gael recibió un trasplante de hígado. Ya tiene un año de vida tras responder bien al proceso de colocación del nuevo órgano.
Con el Licey
Bonifacio recibió abucheos a granel de los fanáticos en el pasado torneo invernal. Muchos se preguntaban qué había pasado con el capitán de un equipo que ha rendido bastante en la pelota nuestra.
La verdadera interrogante debió ser cómo una persona con una situación tan delicada y con su esposa e hijos en Miami, podía tener cabeza para jugar pelota en cualquier momento de 2016.
“Nunca respondía a nada. Me dijeron cosas feas, pero se las dejaba a Dios porque yo no estaba supuesto a jugar este año, pero Dios me lo permitió. Sabía que había otro propósito”, dice Bonifacio, quien en las dos últimas coronas azules ha dado el hit decisivo.
“Dios me tenía eso guardado. Produje a la hora buena en el Round Robin y en la final también. Somos campeones y eso fue obra de Dios”, dice Emilio, cuyo padre ha sobrevivido a dos infartos. “El viejo está bien, gracias a Dios”, dice, con una gran sonrisa, el nuevo Bonifacio.
FUENTE
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