Cuando yo era niña, solía ver todos los días una placa recordatoria en nuestro cuarto de juegos, que decía: «El resto de tus días depende del descanso de tus noches»; era una advertencia irónica. Mamá comentaba a menudo lo ingenioso que era el dicho, pero durante años estas palabras no tuvieron ningún efecto en mí. Sin embargo, con el tiempo, comenzó a tener sentido, y de repente entendí el verdadero significado de «descansar». Ingenioso, pensé, por no decir sabio.

Lo que Cristo da es una paz más allá de nuestra comprensión y diferente a todo lo que el mundo puede ofrecer .

En realidad, ese pequeño y original cartel de los años 50 se adelantó a su época, ya que su mensaje antecedió a la obsesión que tenemos en nuestro país por la buena condición física. El ejercicio, la dieta y el descanso serían reconocidos pronto como la clave para disfrutar de buena salud.

Durante mucho tiempo, ese consejo —sobre todo el del descanso— fue fácil de «seguir» para mí, pues mientras desempañaba la agotadora función de criar a mis hijos, me hundía rápidamente en una grata inconsciencia rejuvenecedora cada noche.

Pero ahora que soy mayor, el sueño parece más esquivo. Y aquella máxima, que una vez sonaba tan cierta, me parece ahora vacía. ¿Qué es el descanso, al fin y al cabo? ¿No depende de algo más que una noche de sueño reparador?

DEFINICIONES DE DESCANSO

Tratando de encontrar su definición «oficial», consulté varias fuentes. El primer significado era el esperado «reposo, sueño». Pero los significados posteriores «tranquilidad o paz» y «alivio o libertad, especialmente de algo que cansa, inquieta o perturba», parecían tener connotaciones espirituales. Yendo luego a la concordancia, encontré que la palabra «descanso» proviene de la traducción de la palabra hebrea shabat. La Biblia usa el término en el sentido de «cesar o desistir del trabajo», o «guardar el Sabat [sábado, día de reposo]».

Sin embargo, la palabra Sabat me trajo viejas asociaciones y nuevas preguntas sobre lo que significa abstenerse de trabajar. Yo me crié en una familia judía donde, a partir de la puesta del sol del viernes hasta la puesta del sol del sábado, no cocinábamos, ni limpiábamos —lo que para mí era magnífico. Pero, dibujar y coser estaba también prohibido, y eso para mí no era tan magnífico. El negárseme hacer lo que disfrutaba para recobrar mis energías, en vez de ser relajante, era inquietante. ¿Cómo podía realmente ser ese el trabajo del cual tenía que descansar?

Me sentía segura de que Dios debía tener algo más en mente, pero pasarían muchos años antes de que mis sospechas se confirmaran. Sin embargo, en el ínterin descubriría otro tipo de «trabajo» del cual necesitaba desesperadamente un descanso.

Me rompía la cabeza pensando en «qué pasaría si…», y trataba de controlar mi vida mediante una combinación de buena suerte y esfuerzos agotadores. Las cosas solo se agudizaron cuando a) me casé con un hombre que se preocupa fácilmente, y b) empecé a tener hijos. Pero nuestro estilo de crianza de los hijos, aunque tierno, era sobreprotector lo que era una manera agotadora de vivir.

Entonces, un día muy triste, nos enfrentamos cara a cara con nuestro peor temor. Nuestro segundo hijo murió teniendo un mes de nacido, y de repente necesité descanso no solo de la preocupación sino también de la tristeza. Esa pena resultó ser una coyuntura crítica, ya que me obligó a tomar el tiempo suficiente para darme cuenta de dos cosas: yo no tenía el control, y necesitaba desesperadamente a Uno que sí lo tenía.

Por medio de personas que estuvieron relacionadas con la hospitalización del bebé, Dios se encargó de que su buena nueva me alcanzara: la paz y el alivio que anhelaba eran posibles, en los términos de Él. Así que, después de tomar un poco de tiempo para estudiar y deshacerme de ideas preconcebidas, puse mi fe en Jesús como mi Mesías —y comenzó la jornada de descubrir el verdadero descanso.

¡Qué alivio fue reconocer finalmente que la impredecibilidad de la vida no tenía por qué preocuparme, y que la tranquilidad del alma no era solo teórica! Cuanto más conocía al Señor, más sentía que crecía mi confianza en su soberanía, omnisciencia y tiernas intenciones. Sentía una calma extraña al entender que mi familia estaría cuidada y protegida por Uno mucho mejor que yo.

Por tanto, permítame resumir las verdades que me llevaron a tener una vida más tranquila.

El descanso es paz.

Es posible que Isaías no haya sabido que el nombre del Mesías sería Jesús, pero acertadamente lo llamó Príncipe de paz (9.6). Lo que Cristo da es una paz más allá de nuestra comprensión y diferente a todo lo que el mundo puede ofrecer (Jn 14.27; Fil 4.4-7). En la medida que nuestra confianza en Él se profundice con el tiempo, mayor será nuestra tranquilidad.

El descanso es una pausa.

Dios santificó el séptimo día de cada semana como un tiempo de descanso para la humanidad, porque Él mismo había cesado de trabajar después de los seis días de la creación:

«Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó» (Éx 20.8-11).

Así que, el Sabat fue apartado como santo, pero no era un fin en sí mismo. Era, más bien, la pausa semanal que apuntaba al plan posterior y más grande de Dios para hacernos descansar de nuestras cargas.

El descanso es un lugar.

Deuteronomio 5 repite el mandamiento del Sabat, pero con un añadido significativo en el versículo 15: «Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo». La observancia iba a ser un recordatorio semanal: Dios no solo redimió a su pueblo de la esclavitud bajo los duros capataces egipcios, sino que también prometió libertad en la tierra de abundancia, donde el dueño era el Señor.

Así como el día del Sabat tenía una aplicación más allá de su significado literal, la Tierra Prometida, también, prefigura una realidad espiritual futura. La libertad en el desierto fue sin duda mejor que la opresión de la esclavitud: La presencia de Dios estaba con los hijos de Israel (Éx 13.21), y Él proveyó para todas sus necesidades. Pero, al mismo tiempo, la vida en el desierto no estuvo libre de preocupaciones. El pueblo suspiraba por Canaán, una morada física y un lugar de alivio (Dt 12.9, 10). Los cristianos podemos entender esto; tenemos presentes el consuelo y guía de Dios por medio de su Espíritu Santo, pero nuestra ciudadanía está en el cielo, no donde residimos actualmente.

El descanso es una Persona.

La «Tierra Prometida» es mucho más que un término geográfico. De hecho, el Nuevo Testamento revela donde está nuestro «lugar» de seguridad y gozo: en Jesucristo y en su amor (Jn 15.4-11).

Descubrimos más acerca del «descanso», por medio de lo que dice la concordancia en cuanto a esa palabra hebrea shabat. Su raíz es yashav, cuya idea principal parece ser «sentarse quieto». La palabra se encuentra en Génesis 2.2, donde, después de terminar su trabajo en seis días, el Creador dio un ejemplo cuando «reposó el día séptimo de toda la obra que hizo».

No es una coincidencia que el escritor de Hebreos haya incluido esta imagen cuando presenta a Jesucristo como superior a los sacerdotes y al trabajo continuo de ofrecer sacrificios: «Y ciertamente todo sacerdote está [de pie] día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios» (10.11, 12, cursivas añadidas). Jesús pudo sentarse porque la obra de redención había sido consumada en la cruz (Jn 19.30). Aquel que descansó, es Aquel que nos invita a compartir su descanso. Jesús dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11.29). El descanso es un proceso. El único camino para descansar de las cargas de la vida es el mismo «único camino» que dice Juan 14.6 que nos llevará al Padre: la salvación por medio de Jesucristo. Poner la fe en Él como Salvador trae el consuelo de la seguridad permanente; no necesitamos temer a la condenación, porque nuestra deuda de pecado fue pagada en su totalidad (Ro 8.1).

Esta decisión de fe es el «tiempo pasado» de descansar, de acuerdo con el maestro Arnold Fruchtenbaum. Por ella, los creyentes han entrado en lo que él llama el «descanso de la creación… una calidad de vida que Dios disfruta» (He 4.3). El momento de la salvación garantiza también el «tiempo futuro» de descansar, que será disfrutado en el cielo. Pero eso deja el gran intervalo de los días que nos quedan en la Tierra. Fruchtenbaum identifica este «tiempo presente» de descanso como «madurez espiritual». En otras palabras, a medida que nuestra santificación avanza, aumenta nuestra confianza en Dios y nos encontraremos menos golpeados por las luchas de la vida.

LA REALIDAD DEL DESCANSO

Este cambio a la tranquilidad es largo y gradual. Para mí, ha implicado conocer mejor a Dios, empaparme de los principios de la Biblia, y tener un montón de «oportunidades» (también llamadas «situaciones difíciles») para aplicar toda esa buena enseñanza. Veo en realidad progreso, aunque no he superado todos mis viejos patrones y tendencias. Las situaciones atemorizantes pueden todavía revelar a la persona aprensiva en vez de la guerrera.

Comprendo que el proceso no será perfecto en esta Tierra, pero sé que Jesús estará en cada paso del camino. Él es, después de todo, el DESCANSO de la historia.

vía avanzapormas.com