Jerry Bridges escribió una vez: “Necesitamos… escuchar el evangelio todos los días de nuestra vida cristiana”. Una dosis diaria de la verdad del evangelio no podría ser más oportuna que en este momento, durante el fuego de esta pandemia. Así que pisemos el freno, solo por un momento. Yo sé que las cosas se sienten locas y un poco abrumadoras, pero eso hace que sea un momento ideal para parar, respirar, y crear espacio para contemplar. ¿Estás conmigo? Ahora permite que tu mente reflexione en algunas de las maneras en las que el evangelio habla a las perturbadoras realidades de la pandemia del COVID-19. Para empezar, aquí hay nueve reflexiones.

1. Cuando el impacto del COVID-19 se siente como si estuviéramos bajo el castigo de Dios, podemos recordar el precio que Cristo pagó en la cruz. Aunque nosotros, como impíos infractores de la ley, merecíamos el juicio de Dios, Jesús pagó el justo castigo por nuestro pecado. Nosotros lo debíamos, Él lo pagó. Ahora ya no estamos bajo la ira de Dios (Ro. 1:182:5-8Ef. 2:2-31 Ts. 1:10), sino que recibimos diariamente bendiciones inmerecidas en Cristo (Sal. 103:10Ef. 1:3). Las pandemias y la pestilencia son síntomas de un mundo caído y descompuesto que gime por el Salvador venidero. Pero no son castigos personales para los creyentes. Dios no va a desatar un juicio sobre su pueblo que ya ha sido satisfecho y reivindicado en el Calvario.

2. Cuando sentimos la fragilidad y vulnerabilidad de nuestra vida, podemos descansar en el refugio invariable de Cristo. Debido a que Cristo resucitó triunfante de la tumba, tenemos un Salvador resucitado que intercede por nosotros, el Espíritu Santo que mora en nosotros, un Padre Celestial que gobierna nuestras vidas, y la iglesia como refugio en este mundo.

Las pandemias no son aleatorias, sino una nueva ubicación donde Dios trabaja en nosotros y a través de nosotros. Debido a Jesús, nos despertamos cada día a nuevas misericordias (Lm. 3:22-23) y como una nueva creación (2 Co. 5:17). Por lo tanto, podemos regocijarnos cualesquiera que sean nuestras circunstancias (Sal. 136:1-26Fil. 4:4). En Dios se nos promete un refugio seguro en medio de la crisis de hoy (Sal. 91:1 -16Fil. 4:7), así como resistencia para el futuro (Jn. 17:1-26Jud. 24).

3. Cuando somos tentados a sentirnos derrotados, podemos recordar la compasión del Salvador. Cuando estamos confinados en casa, impotentes, temerosos, y económicamente indefensos, el evangelio nos recuerda que tenemos algo más satisfactorio que nuestra lucha nerviosa con la incredulidad; tenemos un Salvador que es capaz de “compadecerse de nuestras flaquezas… que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado” (Heb. 4:15). Aunque la pandemia está dando un golpe duro, el amor de Cristo nunca falla, su sangre cubre donde somos infieles, y su compasión nos ofrece más que nuestras dudas. Jesús resucitó de entre los muertos, ascendió al Padre, y como nuestro gran sumo sacerdote, está orando por ti en este momento (Heb. 7:25).

4. Cuando la pandemia fomenta la soledad, podemos recordar la promesa de Dios de que nunca nos abandonará. Cuando nos ponemos en cuarentena o practicamos distanciamiento social de casi 2 metros entre nosotros, es fácil sentir una creciente alienación. Pero Jesús gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27:46) para que nunca seamos abandonados. El que no conoció pecado se hizo pecado por nosotros (2 Co. 5:21). Él experimentó el exilio, expulsado de la presencia del Padre, para que nunca estemos solos. Aunque podamos sentirnos alienados, desorientados, y aislados, Dios nos ha acogido en su familia para siempre (Jn. 14:18Gá. 4:6). El Salvador resucitado aseguró el derecho de hacer esta garantía: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28: 20).

5. Cuando la preocupación en nuestras mentes amenaza con ser suprema, el evangelio nos da la libertad para llevar cautivos nuestros pensamientos ansiosos. La meditación determina la dirección. En el Gólgota, el poder del pensamiento impío y destructivo fue estropeado. Ahora podemos poner la mira en cosas mejores ( 2 Co. 10:4-5Col 3:2). Podemos intercambiar nuestra especulación temerosa por pensamientos superiores, de alabanza sobre Dios (Fil. 4:8).

6. Cuando nuestra autoestima es atacada por la pérdida de empleo o roles reorganizados, ingresos, o ritmos, nuestra identidad sigue estando segura en Cristo. Dios lo sabe todo (Sal. 139:1-4), y te evalúa amorosamente y con gracia a la luz de su triunfo en la cruz (Col. 1:11 -12). Por medio de Cristo, Dios te ha reclamado, y te llama su hijo (Gá 4:7). Esta pandemia puede conducir a una redirección divina, pero no es el final de tu historia (Jn. 21:15-19).

7. Cuando nos sentimos tentados por los “¿Y si…?”, el evangelio pregunta: “¿Ahora qué?”. Las crisis como esta pandemia pueden hacer que miremos hacia atrás con anhelo o remordimiento: ¿Y si hubiera planificado mejor cuidar mi dinero? ¿Y si hubiera conseguido un trabajo más estable? ¿Y si hubiera sido más cuidadoso para lavarme las manos? Tales cosas encogen el alma bajo el calor marchitante del pensamiento sin Dios. En cambio, el evangelio nos afianza en la realidad de un Dios providencial que está obrando todas las cosas para nuestro bien (Ro. 8:28). Nos mueve a pensar en el presente más que en el pasado y a preguntar: “¿Qué debo hacer ahora para agradar a Dios?” (Col. 1:10Heb. 13:16) y “¿qué hace posible esta experiencia para la misión?”

8. Cuando la pandemia revela nuestro egoísmo, el evangelio reestructura nuestros afectos. Debido a que Jesús murió y resucitó por nosotros, tenemos el poder de liberarnos de una vida consumida por uno mismo. La vida abnegada de Jesús nos enseña que la vida es más que yo mismo. En Cristo, y como parte de la iglesia, los intereses de los demás ahora son míos (Fil. 2:4). Las pandemias no hacen colapsar a los cristianos. No, podemos ver el coronavirus como una oportunidad para mostrar el amor de Cristo y las buenas obras a nuestros vecinos (Mr. 12:31Stg. 2:14-17). Debido a que Él nos amó primero, podemos amar a nuestra familia, a nuestra iglesia, y al mundo como a nosotros mismos.

9. Finalmente, cuando el coronavirus revela la fachada superficial de nuestro mundo, podemos regocijarnos porque este mundo no es nuestro hogar. A veces estamos obsesionados con esta vida: nuestras casas, carros, entretenimiento. Una pandemia puede romper eso. Pero eso es bueno, porque nuestra morada aquí es solo temporal (2 P. 3:13). Aquí no tenemos una ciudad permanente (Heb. 13:14), pero la obra completa de Cristo nos ha ganado un lugar con Dios para siempre (Jn. 19:30). Cuando llegues a salvo a casa, al cielo nuevo y a la tierra nueva, verás esta pandemia y todos los demás grandes males a través de los ojos de la eternidad, y te asombrarás de cómo Dios los usó todos para su gloria (Is. 65:17Ap. 21:1 -7).

Nuestros corazones están cargados con noticias de cómo el COVID-19 está impactando nuestro mundo. Jesús no nos promete una respuesta a cada pregunta, ni promete quitar nuestro sufrimiento, dolor, y aflicción en esta vida. Pero Jesús nos ofrece algo eterno hoy: el consuelo de la realidad del evangelio en la que nos ofrece su amor y su presencia, su descanso y refugio, una identidad segura, y la certeza de sus promesas. Claro, las pandemias son difíciles. Pero Jesús es más grande. Y es en los momentos más oscuros de la vida donde el evangelio brilla más.


Artículo oiriginal en For The Church