“Jesús solía retirarse a lugares solitarios para orar” (Lucas 5:16).
Obstinadamente Jesús vigilaba la entrada de su corazón. A muchos pensamientos les negó la entrada. ¿Necesita unos pocos ejemplos?
¿Qué tal en cuanto a la arrogancia? En una ocasión el pueblo decidió hacer a Jesús su rey. Que pensamiento más atractivo. A la mayoría de nosotros nos hubiera encantado la noción de realeza. Pero no Jesús. «Pero Jesús, dándose cuenta de que querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey, se retiró de nuevo a la montaña él solo» (Jn.6:15).
Otro ejemplo dramático ocurrió en la conversación de Jesús con Pedro. Después de oír que Jesús anunció que se acercaba la muerte en la cruz, el impetuoso apóstol objetó: «¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás!» (Mt.16:22)
Evidentemente Pedro estaba a punto de poner en tela de duda la necesidad del Calvario. Pero nunca tuvo la oportunidad. Jesús cerró la misma entrada. Hizo salir al escape al mensajero y al autor de la herejía: «¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres» (Mt 16:23).
¿Y cuándo se burlaron de Jesús? Cuando respondió a una solicitud de que sanara a una muchacha enferma, al entrar en la casa le dijeron que la muchacha había muerto. ¿Su respuesta? «La niña no está muerta sino dormida». ¿Cuál fue la respuesta de la gente que había en la casa? «Empezaron a burlarse de él». Como todos nosotros, Jesús tuvo que enfrentar un momento de humillación; pero, a diferencia de la mayoría de nosotros, rehusó recibirla. Note su respuesta decisiva: «él los sacó a todos» (Mr.5:39-40). Jesús no permitió que la burla entrara en la casa de la muchacha, ni tampoco en su mente.
Jesús guardaba su corazón. Si Él lo hizo, ¿no deberíamos hacer lo mismo?
Extracto del libro “3:16. Los Números de la Esperanza”
Por Max Lucado
Robert Lora
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