Si estamos entablando una conversación donde tenemos puntos de vista diferentes; si no escuchamos realmente, sólo tendremos nuestra visión de las cosas y estaremos oyendo solamente lo que nosotros decimos. En ese caso la conversación se torna en un monólogo en nuestras mentes y aunque nuestra apreciación sea correcta o aceptable, es muy probable que nuestra verdad no sea la única. Cada uno tiene un punto de vista que puede ser correcto en miles de temas.
No escuchar puede llevarnos a desacuerdos terribles, enojos; sentiremos que nuestro punto de vista no está siendo aceptado. Por esa razón muchos comienzan a levantar la voz y la conversación se torna en discusión.
Es posible que si no escuchamos lleguemos al punto donde pensamos que los demás son los que no nos escuchan. Ese tipo de actitud conduce a molestias que a Dios no le placen. Se supone que debemos vivir en armonía y en amor. Respetando a otros, amando a otros como a nosotros mismos.
Cuando hacemos el esfuerzo de escuchar y tomar las riendas de nuestros impulsos exacerbados por el orgullo, podremos escuchar lo que otros necesitan decir. No sólo hacer que oímos, es entender lo que dicen y lo que necesitan. Y recordemos siempre que decimos más con lo que hacemos que con lo que decimos.
Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse. Santiago 1:19 RVR60
CVCLAVOZ
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