Cada familia tiene miembros que poseen un temperamento y rasgos de carácter que los diferencian entre sí, por este motivo es que suelen presentarse discrepancias y hasta conflictos.

No obstante, al ser una institución divina, encontramos en Dios al mejor aliado para luchar por nuestra familia, y también para aprender el mejor modo de conducirnos dentro de nuestro hogar.

Establecer prioridades y ser obedientes a la Palabra de Dios, son dos aspectos fundamentales, veamos un ejemplo en las Escrituras: 

“Y si tú anduvieres delante de mí como anduvo David tu padre, en integridad de corazón y en equidad, haciendo todas las cosas que yo te he mandado, y guardando mis estatutos y mis decretos,” 1 Reyes 9:4 (RVR1960).

Estas líneas van dirigidas a Salomón cuando asume el puesto de rey. En el texto vemos que el Señor indica que, si sigue los pasos de David su padre, y es obediente al mandato de Dios, entonces la promesa sobre su familia permanecería (v. 5).

Analicemos cómo se da esta situación; todo surge de un hombre dispuesto a servir y obedecer a Dios con todo su corazón, quien posteriormente inculca esto a su hijo (1 Reyes 2:1-4). Podemos ver cuán importante es la dirección que tome el varón como cabeza de su hogar.

Si hasta el momento, tú y tu familia no han marchado en unidad bajo la dirección de Dios, no pierdas la esperanza, pueden lograrlo con la ayuda del Señor. Recuerda, que el cambio empieza por uno mismo y se expande a quienes están en tu entorno.

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Romanos 12:2 (RVR1960).

Por Cesia Serna