La palabra de Dios nos enseña que Timoteo fue un joven ministro de Jesucristo con un carácter cristiano bien formado, de buen testimonio y con alto potencial para servir en la obra de Dios (Hechos 16:1-3). Cuando el apóstol Pablo lo conoció, éste tenía entre 22 y 24 años de edad.  Al percatarse de sus capacidades y competencias, puso sus ojos sobre él, lo adoptó como hijo en la fe, lo hizo su compañero de ministerio y se convirtió en su mentor espiritual, instruyéndole sobre cómo debía conducirse en la iglesia del Señor (1 Tim. 3:14).

En su segundo viaje misionero, después de haber fundado la iglesia de Éfeso junto a Aquila y Priscila, el apóstol se quedó allí cerca de dos años predicando la palabra de Dios (Hechos 19:10) y ayudando a formar y preparar el liderazgo de la iglesia. En su tercer viaje volvió a visitarles y se quedó allí tres años “amonestando con lágrimas” a cada uno de los líderes cristianos locales.

En Mileto, al despedirse de los líderes de la iglesia de Éfeso, Pablo les recuerda que como buen siervo de Jesucristo él había invertido tiempo, energía y esfuerzos para enseñarles “todo el consejo de Dios”, de modo que se sentía liberado delante del Señor de toda responsabilidad para con ellos porque, además de enseñarles e instruirles, les había dejado ejemplo sobre cómo un siervo de Jesucristo debe cumplir con integridad y seriedad su vocación(Hechos 20:25-31).

En su encuentro, les advirtió sobre los peligros a que podrían verse expuestas las ovejas y la obra de Dios, después de su partida, por lo que debían permanecer fieles y vigilantes, poniendo en práctica y reproduciendo lo que habían aprendido. Por un tiempo, Pablo encargó la iglesia de Éfeso a Timoteo para que apoyase su desarrollo y crecimiento, predicando la palabra, enseñando, estableciendo y formando líderes auténticos y competentes.  Tanto se preocupó el apóstol de que Timoteo hiciera bien su trabajo y fuera un obrero aprobado, que le llegó a escribir dos cartas con instrucciones precisas que le ayudarían a fortalecer la iglesia, desarrollar su ministerio y preservar la integridad de su liderazgo.

Cuando en Apocalipsis 2:1-7 leemos el mensaje de Jesucristo a la iglesia en Éfeso y nos enteramos de su reproche por la pérdida del primer amor y el abandono de las primeras obras, se puede colegir que el Señor pudiera estar refiriéndose a aquéllos tiempos que vivieron bajo el liderazgo de Aquila, Priscila, Pablo y Timoteo. Esta iglesia parece haberse desviado de su cauce original y perdido tanto su rumbo que el Príncipe de los Pastores y dueño de la iglesia tuvo que escribir personalmente a los líderes mandándoles a arrepentirse y a volver a retomar el rumbo que tenían al principio, porque si no Él mismo vendría a ellos y los despojaría de su investidura como iglesia de Jesucristo (Apoc. 2:5).

Una iglesia está expuesta a perder el rumbo cuando sus líderes pierden la perspectiva y se desenfocan, conduciendo a la congregación con métodos y prácticas que se alejan del modelo bíblico. Cuando esto sucede, las iglesias pudieran convertirse en centros de actividades espirituales divertidas, que se hacen atractivas a multitudes de cristianos religiosos cuya prioridad no es buscar el Reino de Dios ni comprometerse con él, sino practicar algunos ejercicios espirituales que les ayuden a mantener acalladas sus conciencias y a desarrollar relaciones primarias que les permitan tocar puertas cuando se encuentren en situaciones de necesidades extremas.

En la actualidad, muchos líderes están ignorando que el ministerio cristiano tiene un enemigo astuto, cuya estrategia no es evitar que se multipliquen las iglesias cristianas (porque contra eso él no puede), sino que tiene el firme propósito de que las iglesias viejas y nuevas se alejen del modelo bíblico. Es un  enemigo que se empeña en hacer que los líderes de las iglesias se desenfoquen y pierdan la perspectiva, que procuren exaltarse ellos mismos y sus ministerios y no al Dios eterno, que hagan la obra a su modo y no al modo de Jesucristo, que prediquen lo que la gente quiere oír y no lo que necesitan conocer; y lo peor: que no se descubran, levanten ni desarrollen los líderes que asegurarán la continuidad y la extensión del Reino de Dios en la tierra.

Los líderes de hoy estamos ignorando estas maquinaciones del enemigo, y por esto muchas iglesias están como están. No nos extrañemos si de algunas de ellas ya el Dueño haya retirado sus candeleros.

Estimados líderes, nuestro Señor y Salvador nos llama a arrepentirnos y hacer las primeras obras, regresando al modelo bíblico e impartiendo a la gente todo el consejo de Dios. Cuanto antes lo hagamos, menos sufrirá la iglesia de Jesucristo.

Por. Juan Tomás Hiraldo / evidenciasdigital.com