La vida que Cristo comparte es superior, es limpia, es la mayor; pero esta vida excelente no siempre es vista en todos los santos. Por eso el anhelo de Pablo es que los filipenses vivan esa vida de excelencia que es sincera, íntegra, sin fisuras, ni con errores disimulados o encubiertos, sin ofensas, irreprensibles en el día de Cristo. ¡Qué anhelo más glorioso!
Ser sinceros, indica que sus vidas debían caracterizarse por honestidad, franqueza, veracidad, y ser irreprensibles, indica pureza, integridad, sin reproche alguno, pero no infalibles. De hecho, la palabra sinceros que aquí se utiliza, proviene de un término compuesto «eilikrinés»; el primero «eilé», la luz del sol; y el segundo «krínein», juzgar, describe lo que puede resistir el escrutinio de la luz solar sin mostrar ningún defecto. Sobre esa base, la palabra quiere decir, que el carácter en Cristo puede soportar que se le proyecte cualquier luz y no mostrar debilidad alguna.
La otra posibilidad es que «eilikrinés», se derive de «eilein», que quiere decir dar vueltas y vueltas como en una criba hasta que se le quitan todas las impurezas. Sobre esa base, el carácter del creyente se va limpiando de todo mal, hasta quedar totalmente puro. En éste contexto, sinceridad se define como no mezclado o moralmente puro.
Por otra parte la palabra sincero, viene del latín «sine cera»; sin cera, la miel sin la cera. La palabra proviene de los tiempos del Imperio Romano, donde se vendían templetes y objetos artísticos de mármol de una sola pieza. Algunos objetos tenían fisuras o defectos que los mercaderes tramposos emparejaban o disimulaban con cera. Éstos objetos después de ser pulidos, los pintaban aparentando ser íntegros y luego los vendían como genuinos, pero al sol, las imperfecciones se hacían visibles, o la cera se derretía.
Pablo pide que los hijos de Dios vivamos vidas superiores, genuinas, verdaderas y sinceras, siempre integras, sin mezcla de impureza. El creyente verdadero acepta solamente la verdad, no mezclada con error. No usa el engaño en los negocios ni en ningún aspecto de la vida, ni vive el evangelio como máscara religiosa. Jesús describe así a Natanael, «un verdadero israelita, en quien no hay engaño».
El hijo de Dios es irreprensible, cumple sus promesas, su palabra es confiable, es cumplido en el trabajo, es justo con el patrón, con los trabajadores, y con los clientes. El hijo de la luz es lo que profesa ser, pues los ideales sublimes deben salir de los confines amistosos de los santuarios y los claustros del mundo académico, y exponerse al escrutinio de la vida pública, cotidiana.
Robert Lora
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