Cuenta una historia que después de un naufragio en una terrible tempestad, un marinero pudo llegar a una pequeña roca y escalarla, permaneciendo en ella durante muchas horas.

Cuando  finalmente pudo ser rescatado, un amigo suyo le preguntó:

       –  ¿No temblabas de espanto por estar tantas horas en tan precaria situación, amigo mío?

       –  Sí, – contestó el náufrago- la verdad es que temblaba mucho; pero… ¡la roca no! Y esto fue lo que me salvó.

No importa lo fuerte que sea la tempestad, si nuestro barco se hundió o si llevamos días esperando un rescate, lo cierto es que mientras permanezcamos en la Roca, nada podrá dañarnos.

Tu tempestad puede llamarse problemas financieros, familiares, de salud, sentimentales, crisis política y social en tu país, desastres naturales, etc.; sin importar de qué se trate,  puedes estar seguro que ninguno de ellos te hundirá, no perecerás por muy fuertes que sean.

Aférrate a Dios, pon en Él tu confianza, porque es el único Refugio seguro que tendrás, es la Roca que no se mueve y te ayuda a mantenerte a salvo en  medio de la tormenta.

“El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite!”  Salmos 18:2 (NTV)

Al igual que el náufrago, puede ser que estés temblando de miedo pero no temas,  si te refugias y permaneces en Dios, no habrán olas, ni viento ni ningún tipo de tempestad que te venza.

Deja de luchar con tus fuerzas, sostente de la Roca y refúgiate en Dios, permite que Él detenga el viento y calme las aguas, entrégale esa tormenta que te atemoriza; verás que Dios nunca falla.

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