Por cada persona que tiene un llamado del Señor, hay tres que se ofrecen sin tenerlo. Y cuando nos ofrecemos sin ser llamados los resultados suelen ser desastrosos, porque es como ofrecernos a construir un edificio sin saber de arquitectura; o como ser emisarios de un mensaje sin saber cuál es. Los ofrecidos por lo general carecen de autoridad espiritual y de autoridad delegada, no tienen la motivación correcta, les falta vocación. En cambio los llamados viven enfocados en cumplir su propósito aun cuando no se sienten capacitados o preparados, porque saben que el Señor transformará y perfeccionará las debilidades de su carácter.