0. Este tema tan controversial, que divide a católicos y a protestantes, merece una cuidadosa exégesis del texto bíblico, desde el principio hasta el final, y no solo con unos pocos versículos. 

1. El proyecto original es: hombre y mujer con igual jerarquía y diferencia de roles.

El hombre y la mujer son creados “a imagen de Dios” [Gen. 1.27], “hueso de mis huesos y carne de mi carne” [Gen. 2.23/a], y “compañeros” [Gen. 3.12]. Esto debe entenderse como que tuvieron la misma dignidad, importancia, y jerarquía.

Al mismo tiempo se les describe como: “varón” y ”varona” [Gen. 2.23/b], en otras palabras, igual rango (no se trata de capitán/raso), pero diferencia de roles (igual que, rey/reina, director/directora, capitán/capitana). Adán es colocado como ‘mayordomo’ del huerto [Gen. 2.15-17], mientras Eva es su “ayuda idónea” [Gen. 2.18] o ‘mayordoma’. Estos roles se refieren al huerto, y por extensión a lo público y a la producción de bienes para el consumo doméstico. Sin embargo, en la reproducción, Eva es la protagonista principal, y Adán su ‘ayuda idónea’.

No se trata de jerarquía, como jefe/subalterna, sino de roles diferentes entre personas iguales, y tampoco significa fronteras cerradas, sino prioridad de modo que cada cual asume su respectivo rol y su contraparte le sirve de ‘ayuda idónea’.

2. En la caída se produce una polarización de roles entre el hombre y la mujer: “tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (3.16).

Esta polarización sí implica jerarquía: a partir de aquí, él es ‘jefe’, y ella ‘subalterna’. El anuncio de que “él se enseñoreará de ti” confirma que antes no era así, sino que eran iguales en jerarquía, pero con diferencia de roles. A partir de aquí viene el patriarcado de las sociedades antiguas, y en todo el Antiguo Testamento. Es en este contexto cuando tiene sentido la frase: “el hombre es de la calle, y la mujer, de la casa”. Esta declaración puede entenderse como anuncio de la consecuencia del pecado, y no necesariamente como castigo. Es decir, no es que Dios hace que sea de esa manera, sino que la propia tendencia del hombre caído conduce a esto. Dios no ejecuta, sino que simplemente anuncia lo que vendrá.

El Antiguo Testamento se rige bajo el signo de la caída, y como resultado aparecen, no solo polarización de roles entre el hombre y la mujer, sino otras consecuencias: violencia [Gen. 4.23-24], poligamia [Gen. 4.19], homosexualidad [Gen. 18/19], prostitución [Gen. 38.15].

3. Jesucristo restaura el proyecto original: hombre y mujer en igual jerarquía y con diferencia de roles.

En su discurso sobre el matrimonio Jesús prohíbe la poligamia: “el que repudia a su mujer… y se casa con otra, adultera” [Mt.19.9], lo cual no era así bajo la ley de Moisés. Jesús también quita al varón el derecho unilateral al divorcio, y pone la fornicación como única causa: “salvo por causa de fornicación”. El relato de Marcos coloca también a la mujer como sujeto del divorcio: “y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mr. 10.9). La reacción de los discípulos confirma que se trataba de un cambio de paradigma a favor de la mujer, pues dijeron: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” [Mt.19.10].

Jesús incluyó a la mujer en sus discusiones ideológicas, en contra de la costumbre que la restringía a la cocina. Por ejemplo, discutió asuntos teóricos con la mujer samaritana, y lo mismo hizo con Marta y María. Lucas describe la designación de un equipo femenino, paralelo al equipo apostólico (Lc.8.1-3).

4. En la iglesia primitiva la mujer asume un rol novedoso y diferente al que tenían las mujeres en otras culturas.

Pablo interpreta correctamente el cambio de paradigma: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” [Ga. 3.28]. La mujer oraba [I Co. 11.4-5], hablaba en lenguas [Hch. 2.17-18], y profetizaba [Hch. 21.9]. Es importante observar lo que significa profetizar: “El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” [I Co.14.4]. “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” [I Co. 14.18-19]. “Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean enseñados” [I Co. 14.31]. “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” [Col. 3.16].

Romanos 16 habla de “Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea” [Rom. 16.1]. Esta palabra del griego es pasible de dos traducciones: ‘diaconisa’, como función inferior al de las ‘ancianas’, y ‘ministra’, en el sentido que dice en otra parte: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolo? Servidores por medio de los cuales habéis creído…” [I Co. 3.6]. De modo que, Febe, o era diaconisa, o era ministra = pastora “de la iglesia en Cencrea”. En cualquiera de los dos casos era parte del gobierno de la iglesia local.

Luego habla de: “Priscila y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús” [16.3]. Todas las veces que se utiliza esta palabra: ‘colaboradores’, en el Nuevo Testamento, se refiere a los líderes principales, sobretodo a los apóstoles (Rom. 16.9; Rom. 16.21; I Co. 3.6,9; II Co. 8.23; Fil. 2.25; Fil. 4.3; Filemón 1.1,24). Lo mismo se dice de Evodia y Sintique [Fil. 4.2-3]. Es notorio, además, que el nombre de Priscila se coloque antes del de su esposo Aquila, lo cual sugiere un mayor liderazgo.

En otra parte dice: “No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza” [I Tim. 5.1-2]. Hay que tomar en cuenta tres puntos: 1) es un capítulo dedicado al liderazgo, ancianos y ancianas [vs. 1-2], viudas [vs. 3-16], y ancianos [vs. 17-22]; 2) el término presbuteros es justo el que se usa para los pastores o ancianos de la iglesia local, y, 3) “los más jóvenes” y “las jovencitas” se aplica a los ancianos jóvenes, de ambos sexos. La traducción “jovencitas” no es buena, pues sugiere una adolescente. Se trata, por consiguiente, de mujeres que participaban en el gobierno de la iglesia local.

Estos pasajes confirman que las mujeres participaron en las reuniones orando y profetizando, y que asumieron posiciones como diaconisas, ancianas, y colaboradoras en el equipo apostólico.

5. Hay dos pasajes difíciles, y que han servido para inferir la exclusión de la mujer del liderazgo de la iglesia local.

El primer pasaje es: “vuestras mujeres callen en las congregaciones porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” [I Co. 14.34-35]. Hay que tomar en cuenta que en aquellos tiempos todas las mujeres eran analfabetas, pues la lecto-escritura era un privilegio exclusivo de algunos hombres. Además, en aquellos tiempos la mujer no participaba en reuniones religiosas ni políticas. Lo que pudo haber sucedido es que, debido a su inexperiencia, las mujeres comenzaran a interrumpir las reuniones, sea con sus comentarios en voz baja (cuchicheo), o sea preguntando cosas fuera de lugar. Si se entendiera este silencio de forma absoluta, la mujer no podría orar ni profetizar. Se trata, por consiguiente de un llamado al orden ante el cuchicheo femenino, y no una restricción radical de su participación.

El segundo pasajes es: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” [I Tim. 2. 11-15]. El termino griego que aquí se traduce “en silencio”, aparece otras tres veces en el Nuevo Testamento, pero Reina Valera traduce diferente: “sosegadamente” [II Tes. 3.12]; “tranquilidad” [I Tes. 4.11], y “reposadamente” [I Tim. 2.2]. Esta traducción cambia radicalmente el sentido del pasaje, pues no exige “silencio”, sino sosiego, tranquilidad o reposo, y esto sugiere que las mujeres participaban de manera agresiva y/o impositiva, lo cual se refuerza en la expresión: “ejercer dominio sobre el hombre”, en otras palabras: imponerse, usurpar, hacer lo que antes hacía el varón. No se trata, por consiguiente, de prohibir a la mujer enseñar, pues eso le estaba permitido, sino hacerlo de manera sosegada.

En ultima instancia, ¿es buena hermenéutica tomar un solo pasaje para construir una doctrina, y oponerlo a tantos otros en los que la mujer sí habla y participa? ¿Se puede construir una prohibición tan drástica sin un mandamiento explícito en el Nuevo Testamento?

6. El Nuevo Testamento también registra un nuevo paradigma en las relaciones entre el hombre y la mujer, en el matrimonio.

Se introduce un novedoso esquema con las siguientes características:
• Tomar decisiones “por mutuo consentimiento” [I Co. 7.5b];
• Sujeción recíproca: “Someteos los unos a los otros en el temor de Dios” [Ef. 5.21];
• Co-gobierno del hogar: el varón (obispo) “que gobierne bien su casa”, y la mujer (viudas que se casen) “que gobiernen su casa” [I Tim. 3.5 vs. 5.14], y,
• La mujer como “coheredera de la gracia de la vida” [I Pe. 3.7].

En todo esto se manifiesta la igual jerarquía, pero, al mismo tiempo se describe la complementariedad de roles. El hombre es “cabeza” y la mujer “cuerpo” [Ef. 5.23] en una perfecta metáfora de unidad funcional: ni la cabeza puede funcionar sin el cuerpo, ni el cuerpo sin la cabeza.

7. En resumen, el proyecto original es: hombre y mujer con igual jerarquía y diferencia de roles; después se produjo esa polarización de roles de las sociedades patriarcales de la antigüedad, hasta que Jesucristo, reivindicando el proyecto original, reconoce a la mujer la misma dignidad que el varón, y esto es lo que explica su superior posición en las culturas influidas por el cristianismo.