David Ricca nació en New Jersey hace 45 años. Estudió Finanzas y se convirtió en experto en movimientos de la Bolsa de Valores. Todo parecía ir bien en su vida.

El 11 de setiembre de 2001, como cada mañana, Ricca llegó puntualmente a las 8 a su trabajo en las oficinas de la compañía Morgan Stanley, ubicadas en el piso 73 de una de las famosas Torres Gemelas, en el corazón de Manhattan.

“Estaba leyendo los diarios para ver el movimiento de la bolsa de valores. De repente escuchamos un ruido, las luces se apagaron y volvieron a encenderse, entonces pensé que se trataba del aire acondicionado o algo similar. Un minuto después, una persona que trabajaba en una oficina contigua, cuyas ventanas daban al otro edificio –Torre I-, apareció gritando, diciendo que saliéramos rápido”. Así comienza su relato David Ricca en una entrevista para Protestante Digital, realizada en Nueva York.

Ante los gritos de su compañero de trabajo, David miró hacia la ventana que estaba a su derecha y vio un montón de papeles volando, como si alguien los hubiera arrojado desde más arriba; luego corrió hacia las escaleras. “Llevaba varios años trabajando allí y otras veces ya habíamos tenido que bajar a causa de alguna alarma”, comenta.

“Alguien mencionó que una aeronave había impactado en la otra torre y pensamos que tal vez se trataba de un pequeño avión que pegó sin querer en el edificio. Comentábamos estas cosas mientras bajábamos”. Iba por el piso treinta y pico cuando impactó el segundo avión. “Escuché el ruido más fuerte de mi vida. El edificio se sacudió y caímos todos al piso. La torre oscilaba y hacía un ruido que nunca olvidaré”.

CLAMAR A DIOS

David conocía acerca de Dios, pero su vida no estaba alineada con una fe cristiana sólida. “En ese momento todos estábamos llenos de pánico y llorábamos. Yo pensé que iba a morir y le pedí a Dios que por favor me dejara ver a mis padres otra vez. ´No me dejes morir aquí adentro´, le dije mientras continuábamos bajando, aterrorizados, los 30 pisos que faltaban”. Sus padres, argentinos que vivían en Estados Unidos desde hacía 40 años, eran y son cristianos.

Al llegar a la calle, pudieron ver los restos de la tragedia que se desarrollaba ante sus ojos. “Entre los dos edificios había una plaza donde nos sentábamos a la hora del lunch. Parecía que había habido una guerra allí… Mientras observábamos eso, podíamos escuchar el ruido de los cuerpos de las personas que se arrojaban desde las ventanas”.

David encontró a un amigo y lloraron abrazados. Luego comenzaron a caminar. “Cuando estábamos a unos 300 metros, nuestro edificio se derrumbó. Llegamos al Brooklyn Bridge y estábamos tan asustados que pensamos en tirarnos al rio por si explotaba el puente”, comenta. Había policías en la zona y nadie dijo que pudiera explotar el puente, por lo tanto lo cruzaron y caminaron 5 km más hasta llegar a la casa del amigo. “No podía comunicarme con mi familia que estaba en New Jersey; no había comunicación fuera de Manhattan. Recién a las 8 pm pude hablar y mi hermano dijo: ´David, tu voz se escucha más hermosa que nunca´”.

SÍNDROME POST TRAUMÁTICO

Es posible imaginar la desesperación de esta familia que durante todo el día estuvo sin tener noticias de su hijo, así como la enorme alegría al escuchar la voz del joven.

Él, como los demás sobrevivientes del atentado, debió recibir tratamiento prolongado -5 años- a causa del síndrome post traumático (PTSD por sus siglas en inglés). Sentía pánico ante cualquier ruido, sin embargo pocos días después de la catástrofe ya estaba trabajando en una nueva oficina que alquiló la empresa.

“Parecíamos zombis –recuerda- Yo trabajaba muy bien, producía dinero, pero viví como un zombi”. Para no quedar atrapado en el terror comenzó a beber y luego siguió con drogas. “Quería olvidarme de todo. Antes del 9/11 yo jugaba futbol, me reía mucho, era muy feliz. Luego nada me motivaba, solo quería trabajar y en la noche ir a fiestas, beber y drogarme para olvidar”.

Al cabo de 5 años de tratamiento psicológico y de este ritmo de vida, David comenzó a pensar sobre lo que estaba haciendo. “Mis padres me preguntaban qué había pasado con el David que ellos conocían.

Un día fui a la casa de mi madre -que es una persona que ama Dios y ora mucho- y dejé el coche en mitad de la calle. Estaba borracho, ni siquiera recuerdo por qué fui a su casa.

Cuando desperté, ella estaba orando y llorando como nunca la había escuchado, y le decía a Dios: ´Por favor, ayuda a mi hijo´. Eso me impactó tanto que le dije: ´Mamá, yo necesito ayuda, vamos a buscar ayuda´”.

DIOS LE ESPERABA EN TEEN CHALLENGE

Buscando programas de rehabilitación, David postuló para varios que ofrecen 28 días de tratamiento y cuesta 30 mil dólares, pero el seguro no aceptó ninguno de ellos. Sus padres conocían Teen Challenge –programa de rehabilitación cristiano fundado por David Wilkerson- y finalmente acudieron allí. “Me aceptaron y envié por fax la renuncia a mi trabajo. Ellos dijeron que estaba loco”. Esta respuesta es lógica si se considera que Ricca era un trabajador eficiente, tenía una cartera de 300 clientes y manejaba más de 70 millones de dólares de estos clientes en la bolsa de valores.

La experiencia en el centro Teen Challenge en New Jersey no fue fácil. “Los dos primeros meses fueron muy difíciles para mí, lloraba mucho, no sabía lo que me pasaba, pero tres o cuatro meses después le clamé a Dios y le pedí que por favor regresara mi alegría. Allí comencé a reír con los muchachos. Durante esta primera etapa, cada vez que tenía deseos de irme del programa me decía a mí mismo: ´vine a esto y lo voy terminar´. Me gradué a los 15 meses y comencé a preguntarme qué hacer. Decidí volver a estudiar e ingresé a un Master en Psicología porque quería comprender qué me había pasado. No pude terminar los estudios porque debía trabajar, pero tengo intención de retomarlos pronto”.

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