“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).

se cuenta que para conseguir un favor de Samuel Johnson, el grande escritor inglés, era bastante agraviarlo o causarle algún daño. Era su característica perdonar a los enemigos y orar por ellos. Emerson, dijo de Lincoln: “Su corazón era tan grande como el mundo, pero no había lugar en él para guardar el recuerdo de una injusticia”.

Spurgeon aconsejó: “Cultive tolerancia hasta que su corazón produzca una buena cosecha de ella. Ore por una memoria bien corta sobre toda afrenta recibida”. Es de esta manera que una persona sabia actúa.

Cuando reaccionamos a una injuria retribuyendo según y como, nos tornamonos semejantes a aquellos que nos hirieron. Y ¿será que la voluntad de nuestro Dios es que seamos iguales a los que no andan según su Palabra?

La grande diferencia entre el hijo de Dios y los que lo rechazan, es la forma de actuar con los que le hacen mal. Él es capaz de demostrar amor cuando la ocasión sugiere una venganza, de persistir en verdad cuando la mentira se muestra más ventajosa, de extender las manos para los que le dieron la espalda. Su vida brilla mientras los que le maltratan se esconden en las sombras.

Una de las cosas más difíciles en la vida de una persona es perdonar a los enemigos. Y eso no es diferente en la vida de un cristiano. Normalmente el dolor cuesta para pasar, la herida es de difícil cicatrización, el golpe y el resentimiento se rehusan a salir. Pero es en esa hora que necesitamos colocar nuestras vidas en el altar del Señor, pedirle fuerzas y determinación en perdonar. Queremos glorificar su nombre y ésta es la única forma de conseguirlo. No somos de este mundo y, por tanto, no podemos seguir su ejemplo.

Aquéllos que se dejan dirigir por Dios son sabios. Los que no andan de conformidad con el mundo son sabios. Seamos todos sabios en todo nuestro procedimiento.