Cuando uno decide dejar de pelear y se rinde, cede su libertad y derechos a otra persona, de modo que uno ya no toma decisiones independientemente sino que se somete a la voluntad del otro.

Esta es la actitud que como hijos de Dios deberíamos tener, pero muchos la hemos olvidado, porque al decidir seguir a Cristo, somos nosotros los que deberíamos sujetamos a su voluntad y no Él a la nuestra, somos nosotros los que deberíamos alinear nuestros planes y sueños a los suyos. Por supuesto que no es fácil porque hay una lucha constante entre nuestra carne y nuestro espíritu. Por un lado tenemos lo que el mundo nos ofrece y por el otro, a Jesús, ofreciéndonos salvación, gozo y paz, los cuales el mundo jamás nos podrá dar. ¿Qué preferimos, disfrutar de placeres temporales que al final no podrán llenar el vació que sentimos o pasar toda una eternidad al lado de nuestro Salvador?

La vida de un cristiano no está exenta de problemas, más bien al querer agradar más a Dios, al servirlo y cumplir con su Palabra, enfrentamos más pruebas, pero esas circunstancias no deben desanimarnos ni hacernos retroceder sino, por el contrario motivarnos a seguir adelante, porque debemos recordar que nuestra ciudadanía está en los cielos, que los mismos padecimientos se van cumpliendo en nuestros hermanos en todo el mundo y que Cristo padeció peores cosas para cumplir el propósito que nuestro Padre Celestial le había encomendado.

La resistencia siempre será mucho más costosa que la rendición a Dios, por esa razón necesitamos entregarnos por completo a Él, no sólo algunas áreas de nuestra vida sino todas, para que pueda obrar en nosotros con total libertad, moldeándonos a su imagen y semejanza, y cumpliendo su maravilloso propósito en cada uno.

Mi antiguo yo ha sido crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Así que vivo en este cuerpo terrenal confiando en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2:20 (NTV)

Cada vez que estemos confundidos y sin fuerzas, recordemos esta hermosa promesa:

Pues yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11 (NTV)

El secreto de una vida victoriosa está en saber reconocer quién es Dios y quiénes somos nosotros.

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