Rosario Arbeláez trabaja en las calles. Lo hace en las noches. Sin importar el frío. Sale junto con dos personas más a distribuir café y pan entre los indigentes. Saben a qué hora llega y se reúnen. Se organizan en fila y esperan su ración. No pasan con hambre el fin del día. Es la vocación de esta mujer desde hace tres años. Reside en Lima, en la periferia. No le preocupa salir en los diarios y rehuye las entrevistas de televisión.

“Siento que debo hacerlo. No es nada del otro mundo. Me parece muy normal. Es mi forma de ayudar a quienes lo necesitan” asegura mientras saca más café de la olla para entregar al joven que, harapiento y con visibles marcas de deterioro en su rostro, extiende un vaso de plástico. “El que sigue—murmura mientras vuelve la mirada para decir–: “Mire, si esto lo hicieran muchos más, tendríamos menos hambre en Latinoamérica”—nuevamente saca café y sigue su tarea.

La idea le surgió un viernes en la noche cuando al regresar del supermercado, pasadas las nueve, vio un tumulto. Se acercó como tantos curiosos. Estaban realizando el levantamiento de un niño de doce años que murió de hambre. Fue una víctima de la miseria. A nadie le importó que no tuviera qué comer. A Rosario sí. Sui corazón fue tocado por la escena.

Sus dos ayudantes asisten a la misma iglesia que ella, en una parroquia de El Callao. Es católica. No les interesa que se sepan sus nombres. Lo más importante, en su criterio, es ayudar a salvar vidas…

Quienes ayudan, dejan huella

Hace muchos siglos el apóstol Pablo recomendó a un grupo de creyentes ser solidarios y estar solícitos a las necesidades de Febe, una piadosa mujer que había dejado huella en la comunidad de creyentes de Cencrea “Os recomiendo… que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo.” (Romanos 16:1, 2)

Los seres humanos podemos marcar la vida de quienes nos rodean. Puede ser con hechos positivos o con cosas negativas, como una ofensa, un trato descortés, una expresión de enojo. La impresión que dejamos, generalmente se conserva por mucho tiempo.

Pero a este hecho se suma otros dos de suma significación: Los seres humanos cosechamos lo que sembramos. Es un principio ineludible de la vida. Sembramos semillas de amor, ayuda y bien, y recogemos lo mismo, como el caso de Febe, la mujer que menciona el apóstol Pablo en su carta. Y sobretodo, aquello que hacemos está guardado en el corazón de nuestro amado Dios y El jamás lo olvida…

Usted y yo jamás estaremos completos, si no hemos dado el paso más grande de nuestra existencia: recibir a Jesucristo como Señor y Salvador. Puedo asegurarle que es una decisión de la que jamás se arrepentirá…
Fernando Alexis Jiménez