“En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir en su reino, y que juzgará a los vivos y a los muertos; te doy este solemne encargo: Predica la palabra…(2da Timoteo 4:1-2)   Rechaza las leyendas profanas y otros mitos semejantes…(1ra Timoteo 4:7)

Predicar o profetizar es el más hermoso privilegio y la más grave responsabilidad que un ser humano puede tener. Es mucho más que pronunciar un discurso, o polemizar sobre un tema cualquiera; se trata de comunicar el pensamiento de Dios para el mundo. “Por eso no prediques porque tengas que decir algo, sino porque tienes algo que decir” – solía decir uno de mis profesores. Los profetas fueron seres ungidos por el Espíritu, gente que agonizaba cuando tenía que comunicar un mensaje; porque su introducción era:- “Así dice el Señor” No era una simple inspiración circunstancial, ni una respuesta a las demandas populares. Ellos eran “mensajeros” simples portavoces de una revelación divina.

Hay por ahí, predicadores y predicadores; me causa indignación oir algunos usando la televisión para pronunciar barrabasadas. Otros los oímos en los púlpitos usando un lenguaje “burdo” chistes de mal gusto y expresiones que dejan mucho que desear de un orador sagrado. No falta en otros casos la pedantería, la altisonancia de un vocabulario académico que está sobre el entendimiento de los oyentes; cosa que no tiene sentido, pero otros en nombre de la sencillez degeneran en la vulgaridad. Todos los extremos son inaceptables. La iglesia tuvo desde sus inicios un Pedro y un Apolo; un Esteban y un Pablo; estilos muy variados pero en todos un sentido de responsabilidad con la santidad del evangelio y el mensaje que proclamaban.

Si Dios te ha llamado a proclamar, el buen gusto y la palabra no están reñidas con la unción. Has de cuidarte para no caer en la tendencia generalizada de entretener antes que confrontar, de complacer antes que comprometer. No eres un “político en busca de votos” ni un “vendedor tratando de convencer” eres un “Heraldo de Dios” una voz que clama en el desierto.

Si estás preocupado con tu popularidad el púlpito no es tu lugar, si sufres desaliento por no recibir el aplauso general; el púlpito no es tu lugar. Descubre qué es lo que Dios te ha encomendado, afirma lo que dice “La Palabra” sin prejuicio ni conformismos y verás la gran diferencia. Más que hacer reír, el mensaje debe hacernos llorar; necesitamos menos coacción  y mas unción. Rescatemos el púlpito y démosle el lugar que debe tener en la adoración. Que no se pierda la reverencia por La Palabra.

Fraternalmente,

José D. Rivera Tormos (D. Min.) 

FUENTE: http://cristianos.com