El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Juan 10:10

“Perdí la voluntad de vivir”, decía una joven sentada ante mí. “La vida es una monotonía que no acaba nunca. Tengo miedo de que llegue el día siguiente, porque será la misma rutina de siempre”. ¿Por qué pierde sentido una vida?

En primer lugar, conviene saber que un síntoma es la monotonía. Nos habla de que algo no está funcionando correctamente allí dentro. La monotonía es contraria al plan de vida abundante que Dios tiene para nosotros, y cuando llegamos a ese punto es porque perdimos, entre otras cosas buenas, el amor por la vida.

Otro asunto a considerar es la monotonía como resultante de minimizar lo que somos. Viene del hecho de aceptar que la vida que tenemos es la única que merecemos. La monotonía es la agresión contra alguien que se tornó desagradable en nuestra vida: nosotros mismos. La monotonía es la aceptación cobarde de la impotencia para cambiar el rumbo día tras día.

En tercer lugar, la monotonía viene del hecho de echarle la culpa de todo a otras personas, a las circunstancias o al pasado. Consiste en tratar de encontrar un significado en todo, en lugar de dar significado a todo.

Mientras estemos esperando que los demás hagan algo para hacer emocionante nuestra vida, con seguridad nos quedaremos sentados en la monotonía de una vida sin sentido.

Finalmente, la monotonía viene del sentimiento de que no tenemos ningún lugar adonde ir, ningún nuevo mundo que conquistar.

Y cuando la vida se concentra en la búsqueda desesperada de cosas pasajeras como la cultura, el dinero, el poder, la fama y el placer, llegará el momento en que sentiremos la sensación de que todo lo que conquistamos fue nada, y de que ya no existe nada más que conquistar.

Si alguna vez sentiste que tu vida está cayendo en la monotonía, si tu vida no es emocionante, si no vibra más con las posibilidades del mañana, hoy puede ser el día de una nueva experiencia para ti. Desarrolla el gozo de una relación íntima con Cristo, elogia a otras personas, trata de descubrir cosas positivas en ellas, piérdete tú mismo en otras personas y en sus necesidades, atrévete a hacer y a construir sueños. Experimenta la “vida abundante” que Cristo te ofrece.