No somos todos iguales, pero a muchos nos pasa lo mismo.
Créeme que te entiendo cuando miras con simpatía algunos sucesos del pasado.

Aarón tenía una vara, como la mayoría de los hombres en esa época. Las varas eran una especie de bastón que servían como apoyo para lograr el equilibrio al caminar por lugares escabrosos, o como un elemento de oficio para los pastores que con mayor o menor suavidad enfilaban con ellas a sus ganados o rebaños. También las varas tenían un rasgo distintivo de honor, representaban en algunos casos autoridad y jerarquía. De allí que los jefes de tribus tenían sus varas o bastones como un símbolo, más que como un elemento de apoyo.

La vara de Aarón era como todas, pero no. Tenía historia.
Cuando Dios quiso librar a su pueblo de la esclavitud en Egipto, Aarón arrojaba la vara al piso delante del faraón, y se convertía en una serpiente. Cuando con ella tocó las aguas del río Nilo, se transformaron en sangre; golpeó el piso y salió un mar de insectos que cubrió el país.
Sabes la historia.

Luego de esos sucesos maravillosos, ya en el desierto, hacía un tiempo que esa vara nuevamente era sólo un bastón. Otra vez un pedazo de madera seca. Obviamente Aarón la conservaba, la miraba, recordaba y relataba, pero las historias son historias. Este palo de madera ahora era como cualquier otro.

A veces vivimos de recuerdos. No importa la edad. Tal vez hace tiempo que no ocurren hechos interesantes en nuestras vidas o ministerios, así que subsistimos por lo que sucedió y no por lo que sucede. Sentimos que nos hemos secado como un palo de madera. Como alguien que se graduó pero allí quedó, como quien se siente deportista aún, pero hace mucho tiempo que no entrena, o como alguien que tuvo una familia pero la estropeó y ahora añora el pasado en soledad.

Muchos saben lo que es mostrar una vara por lo que fue, y no por lo que es.
Debemos aceptar que estamos en el desierto donde conservar la vida ya es un milagro, pero,¿a quién le entusiasma sobrevivir y nada más?

Reconocemos que lo que hace unos pocos años atrás era convocante, hoy no llama la atención. Que esta era postmoderna ha modificado ideologías y comportamientos, brindando a todos entre otras cosas, calidad tecnológica al alcance de la mano. ¿Cómo vamos a competir con nuestros programas? Probablemente en tu reunión de jóvenes (más cerca del funeral que de la fiesta de quince) se ha probado toda la creatividad posible y acá estamos como si nada hubiéramos logrado. Las ausencias hablan más fuerte que las presencias y eso nos taladra la mente y el corazón.

Sabemos que está pasando en todos lados, pero eso no nos tranquiliza. Dudamos de nuestra capacidad y sin querer nos vemos contando historias gastadas mientras tejemos pensamientos tentadores de renuncia.

Dame un momento. Este puede ser un tiempo fantástico. Tal vez debamos reconocer que nuestra vida o nuestras estrategias no le han dejado espacio al poder de Dios. Quizás tengamos experiencia, recursos, buenos programas y objetivos, pero hemos perdido la esencia del porqué hacemos las cosas.

¿Qué espacio tiene el Espíritu Santo en tu agenda, en tu desayuno, en tu equipo de colaboradores y en tus eventos? Podemos estar perfectamente organizados y encontrarnos pidiéndole al Señor que bendiga nuestra organización! Comprendemos que no está mal planificar, pero es necesario tener una nueva conformación de Dios de quien es quien y que es lo más importante.

Hay un levantamiento popular en el campamento de Israel. Abre las compuertas de tu imaginación. Este campamento en el desierto no son unas cuantas carpitas. Hay más de dos millones de personas como sembrados en barrios nómadas. El tabernáculo siempre al centro y las doce tribus acampando alrededor en sectores asignados. La queja puso en tela de juicio el liderazgo de Moisés y Aarón. Otros líderes creían que Dios también podía hablar a través de ellos y se sentían capaces e influyentes. Esta protesta generalizada se había cobrado varias vidas y Dios decidió ponerle término pacíficamente confirmando por sí mismo el respaldo a sus elegidos.
La consigna era que cada jefe de tribu escriba su nombre en su vara y la traiga al tabernáculo.

A la mañana siguiente, Dios marcaría con una señal la vara de quien resultara elegido.

Números capítulo 17 cuenta que al otro día la vara de Aarón tenía brotes, ramas, hojas, flores y almendras!! (Busca la imagen de una planta de almendras florecida en Internet para entender mejor de que estamos hablando)

Dios confirma a sus líderes. En medio de la sequedad, solo hay que traer la vara de nuestra vida al altar para reverdecer, para experimentar su poder en nosotros. Nuestra tarea solo es traer la vara. El se encarga de lo que nosotros no podemos.
Esta era no solo requiere de líderes creativos, sino de líderes florecientes por el poder del Espíritu Santo.
Podrás oír: no me cantes, tengo música mejor. No me metas en programas, no me llaman más la atención (perdón!), no me quieras enseñar todo el tiempo, sabes que me está costando escuchar más de quince minutos y tu reunión es casi igual que la del domingo.
Solo necesito que me contagies vida. Necesito sentirme aceptado, amado, tenido en cuenta, pastoreado. Me gustaría verte entusiasmado con tu propio reverdecer. Eso quiero!!

Hay algo más. Todos los jefes recibieron en silencio su vara en un gran acto público.
Pero Dios dijo que la vara de Aarón quedaría en el altar.
Creo que él pensaba que su bastón floreciente le permitiría caminar sonriente entre la gente, repartir flores a las damas y almendras a los caballeros, nada! Porque lo Dios da, siempre vuelve a él. Tal vez seas conocido por tu milagro, pero lo que Dios renueva, es para que él mismo sea engrandecido.
Aarón entiende que la vara no es suya. Si hay poder de Dios no es ni será suya. Igual que tu vida, que tu ministerio.
Trae tu vara al altar, seca como está. Dios puede confirmar tu liderazgo cuestionado con un gran milagro que lo engrandezca a él.
Si lo hizo con un palo de madera, ¿Cómo no lo va a hacer con una vida?!!!
Si vienes hoy al altar, probablemente mañana tengas almendras para el desayuno…

Walter Altare Especialidades Juveniles