Seguro que ahora mismo estás esperando algo. Y no me refiero a que cambie la luz del semáforo o que la olla de agua hierva. Quiero decir, en realidad estás esperando, ¿no es así?

Dios quiere que yo lo ame a Él, más que a cualquier resultado en particular o esperanza cumplida.

Esperé mucho tiempo por dos de los más grandes deseos de mi corazón: el matrimonio y la maternidad. Pero decir “sí, quiero” o “estamos para…” no me exonera de El juego de la espera. Todavía todos los días de mi vida me ofrecen un sinfín de oportunidades para esperar en Dios por un deseo u otro. La espera puede ser agonizante, ¿no es así? Es una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer-y tengo que hacerlo todo el tiempo.

Entonces ¿por qué después de tantos años de espera, aun no soy buena en esto? ¿Por qué todavía lo siento como algo tan insoportable?

Una nueva forma de contar el tiempo

Durante los últimos cuatro años-en los que he tenido algunas de las mayores alegrías y bendiciones de mi vida-Dios le ha regalado a mi familia una serie de dificultades que hemos sentido más veces de las que podemos contar que son “demasiado”. En el transcurso de estos años, cuando miro nuestras circunstancias con frecuencia me he encontrado desesperada y desesperanzada.

¿Por qué Dios me hizo esperar tanto tiempo para el matrimonio y la maternidad, y luego me los regala envueltos en tantos problemas?

¿Has estado aquí, querida? ¿Has salido de una sala de espera sólo para entrar en otra?

Cuando voy con el tic-tac de mi propio reloj finito, Dios parece tardar; parece silente; parece estar desconectado; incluso parecería que es malo.

Pero paciente y amablemente, en las últimas dos décadas, Dios me ha estado enseñando a medir el tiempo a Su manera. El Suyo es un calendario infinito, y Él nunca llega tarde.

De hecho, Dios llega siempre justo a tiempo-incluso cuando se necesiten siglos para ver Sus propósitos cumplidos.

Consideremos algunas largas esperas que leemos en las Escrituras:

  • Abraham y Sara esperaron 25 años para ver cumplida la promesa de Dios de un hijo.
  • Jacob y Esaú hicieron las paces 20 años después de su separación.
  • David esperó al menos 15 años (quizás hasta 20) entre el momento de su unción para ser rey y tomar realmente el trono.
  • José se reconcilió con sus hermanos dos décadas después de que lo vendieron como esclavo.
  • Moisés tenía 80 años cuando comenzó a dirigir al pueblo de Dios.
  • Una mujer estuvo enferma sangrando durante 12 años antes de que Jesús la sanara.
  • Después de la conversión del apóstol Pablo, pasaron entre 11 y 17 años antes de iniciar su primer viaje misionero.

Dios no tiene prisa ¿no es así? Él ve el fin desde el principio, y sabe todas las cosas. Así, que mientras yo quiero acción ahora y problemas resueltos desde ayer, Dios dice: “Ven a mí y confía en que Yo soy bueno.”

La fricción de la espera

Soy hacedora, emprendedora, ambiciosa y de alma creativa-así que ¡Señor, muéstrame cómo solucionar este problema! ¡Voy a hacer lo que sea para ver a mi hijo sano, para reparar esa relación rota, y aliviar nuestras presiones financieras! ¡Muéstrame, Señor!

En cambio, Él me muestra algo infinitamente mejor. El problema aún no se resuelve, hay cabos sueltos, hay dolor y confusión -pero allí está Él, justo de pie, en medio de mi confusión, regalándome más de Sí mismo.

Él quiere que yo lo quiera a Él, más que a cualquier resultado en particular o esperanza cumplida.

Y así mientras mi deseo por Él comienza a tener más peso que mi deseo de obtener resultados, me libera y aleja de la esclavitud de mis pecados de toda la vida, del orgullo, la soberbia, la ansiedad y el temor al hombre. Tengo un deseo más grande de trabajar para el Reino, que de perseguir mis propias comodidades temporales. Estoy ansiosa por consolar a aquellos que me rodean quienes también están sufriendo.

Y así Él continúa haciéndome esperar en Él.

Esta espera, opera milagros en nosotras, queridas. Nos está liberando. Está encendiendo fuego en nuestros corazones por el Evangelio. Nos hace contemplar a Cristo de nuevo, y mantener nuestras miradas allí.

Coloca todo el peso de tu bienestar en Él. Porque Él es siempre bueno, y nunca llega tarde.

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