Recientemente publiqué en Twitter lo siguiente:

El hecho de que los Salmos no incluyan un soundtrack o partituras nos da una idea de lo que Dios valora más en nuestras canciones de adoración.

Me parece fascinante que Dios nos dio un “cancionero” con numerosas referencias musicales pero sin música. No es que la música no sea importante. Música mal interpretada o mal escrita puede hacer que una gran teología sea oscurecida y luzca poco atractiva. Buena música puede hacer que letras poco profundas suenen profundas y conmovedoras. Es por eso que cuando estamos decidiendo qué cantar en la congregación, queremos dar la mayor atención a la letra.

En respuesta a mi tuit, alguien preguntó: “¿No es posible adorar sin palabras?”.

La respuesta breve es sí, sobre todo cuando pensamos en la adoración en el sentido de “toda la vida”. Podemos adorar a Dios, o a quien sea, sin palabras. Lo hacemos todo el tiempo. La vista de una puesta de sol sobre el océano, un bebé recién nacido, o un ser querido puede dejarnos sin palabras y en asombro. Pero en mi tuit, yo hacía referencia específicamente a las canciones en nuestras reuniones. Si bien es cierto que sin duda podemos adorar a Dios mientras escuchamos o tocamos música instrumental, he aquí algunas razones que son cruciales para mantener la conexión entre la adoración congregacional y las palabras profundas.

1. Las palabras son la forma principal en la que Dios se nos ha revelado y se relaciona con nosotros.

Utilizamos palabras porque Dios es un Dios que habla. Desde el jardín del Edén, las palabras han sido los medios primarios de Dios para interactuar con nosotros. En el Monte Sinaí, Dios reunió a los israelitas con truenos y relámpagos, nubes espesas y una explosión ensordecedora de trompeta. Vaya experiencia de adoración. Pero el aspecto más significativo de ese encuentro fue que Dios les dio las “Diez Palabras” (Deuteronomio 4:2-12). Dios siempre ha querido que sepamos más de Él de lo que puede ser transmitido a través de impresiones, imágenes o sonidos, a pesar de lo poderosos que estos puedan ser.

David era un músico experto de profundas emociones. Pero cuando se trataba de adorar a Dios, fueron sus palabras, no su música, las que Dios escogió preservar para nosotros en las Escrituras (el punto de mi tuit).

Cuando Israel volvió de la cautividad de Babilonia, Esdras trató de restablecer el culto del templo. Así que él y los demás sacerdotes se colocaron en una plataforma y “leían del libro de la ley de Dios y explicaban con claridad el significado de lo que se leía, así ayudaban al pueblo a comprender cada pasaje” (Nehemías 8:8). La Palabra de Dios proveyó las bases para el arrepentimiento, agradecimiento, alabanza y la celebración que siguió.

Jesús reprendió a los fariseos y escribas por basar su culto más en las tradiciones de los hombres que en los mandamientos de Dios (Mateo 15:3-9). Los primeros cristianos se dedicaron a la enseñanza de los apóstoles (Hechos 2:42). Pablo animó a Timoteo a dedicarse a la lectura pública de las Escrituras y le ordenó que “predicara la palabra” (1 Tim. 4:13; 2 Tim. 4:2). Hemos de “dejar que la palabra de Cristo habite en [nosotros] ricamente”, mientras cantamos (Colosenses 3:16).

Los medios de Dios para las palabras, sobre todo para su Palabra, están en el corazón de nuestro compromiso con Él.

2. Las palabras son lo que usamos para definir a Dios, a nosotros mismos y a nuestro mundo.

Entre otras cosas, las palabras nos dicen cómo Dios ha actuado en la historia y lo que a Dios en realidad le gusta. Las palabras nos informan que somos pecadores que merecen la ira de Dios, pero también que Jesús vino a sufrir la ira de Dios en nuestro lugar, comprar nuestro perdón, y reconciliarnos con Dios. Las palabras también nos dicen que la creación estuvo una vez en armonía con la voluntad de Dios, pero a través de nuestra rebelión se volvió sujeta de la corrupción y la inutilidad. No estamos evolucionando hacia algo mejor, sino experimentando los efectos dañinos de la caída hasta el día en que Jesús regrese por su novia y enderece todas las cosas. Las palabras también nos permiten distinguir entre experiencias arraigadas en la emoción musical o la verdad eterna.

3. La adoración es más que las palabras, pero no es menos que las palabras.

Los encuentros con Dios a veces son difíciles de definir. Pero la adoración sin palabras no es de alguna manera mejor que la adoración con palabras. La adoración sin palabras nunca puede comunicar la verdad objetiva, y Dios es la realidad objetiva en la que vivimos y nos movemos. Las experiencias, sean de forma audible a través de la música o visualmente a través del arte, son en gran parte subjetivas. El objetivo final de nuestra adoración no es llegar a un estado de emociones sin raciocinio. Y Apocalipsis nos indica que vamos a utilizar palabras (¡sin pecado!) en el cielo nuevo y tierra nueva.

4. Las palabras nos permiten adorar a Dios juntos.

Las palabras nos permiten pensar y decir las mismas cosas juntos, cimentando nuestra unidad en el evangelio y no simplemente en una experiencia compartida. Un centenar de personas escuchando una canción que se está reproduciendo puede tener un centenar de pensamientos diferentes acerca de lo que está sucediendo. Como mi amigo Jon Payne ha dicho: “Una imagen vale más que 1000 palabras. El problema es que el espectador puede decidir cuáles son esas palabras”. Habrá alguna variación cuando juntos escuchamos/proclamamos palabras, pero hay un mayor potencial para la unidad en nuestra comprensión y expresión. Es una de las razones por las que Dios nos hace cantar juntos palabras y no simplemente zumbidos, silbidos o sílabas sin sentido.

5. Las palabras completan el acto de adoración.

No puedo decir este punto mejor que C. S. Lewis, quien escribió en Reflexiones sobre los Salmos:

Pero el hecho más obvio sobre la alabanza —ya sea de Dios o cualquier cosa— extrañamente se me escapó. Pensé en ello en términos de elogio, aprobación, o la entrega de honor. Nunca me había dado cuenta de que todo el placer desborda espontáneamente en alabanza… Creo que nos deleitamos en alabar lo que disfrutamos porque la alabanza no solo expresa sino que completa el placer; es su consumación determinada.

Mi amor por mi esposa me lleva a decir algo. De nuevo y de nuevo y de nuevo. Quiero que ella y otros conozcan mis sentimientos. De igual manera ocurre en nuestra relación con Dios. La adoración se abre camino a través de las palabras.

Así que por todos los medios, demos gracias a Dios por la música y atesoremos esos momentos en que, estupefactos, consideramos la grandeza sin par, la santidad, la belleza, y la misericordia de Dios en Jesucristo. Pero también recordemos que Dios nos redimió para “proclamar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

Escrito por Bob Kauflin